Época: Pontificado y cultur
Inicio: Año 1462
Fin: Año 1480

Antecedente:
El Conciliarismo



Comentario

La elección de sucesor de Pío II recayó en el veneciano Pietro Barbo, Paulo II, a quien los cardenales impusieron una capitulación que significaba un recorte en las atribuciones pontificias, e incluía la reforma de la Iglesia y la pronta convocatoria de un concilio general, así como la continuación de la guerra contra los turcos. No era una novedad, como tampoco lo fue que, una vez elegido, el Pontífice desconociese, por inválidos, los compromisos contraídos.
El nuevo Pontífice adoptó posturas contrarias a las tendencias paganizantes del Humanismo, a pesar de su interés por las obras de la Antigüedad, compartido con sus predecesores. Sin embargo, los excesos verbales, verdaderamente contrarios al Pontificado, de algunos de estos humanistas motivaron que algunos fueran perseguidos y que la Academia romana fuese disuelta.

Se siguió hablando de Cruzada y se dedicaron a su realización importantes cantidades de dinero; la respuesta internacional fue nula: apenas podía defenderse Hungría y todavía menos Albania, esta bajo la dirección de Scanderberg. Tras su muerte, en 1468, prácticamente toda Albania caía en manos de los turcos. Dos años después conquistaban la isla de Eubea, posesión veneciana, lo que provocó una intensa pero pasajera emoción en Italia: apenas se logró la firma de un acuerdo defensivo entre los Estados italianos, lleno, además, de cautelas y recelos.

Menor reacción produjo todavía en otros Estados: nula en el Imperio, bajo el inoperante Federico III; nula también Francia donde la política tortuosa de Luis XI esgrimía, en cuanto lo consideraba oportuno, la amenaza de exigir la convocatoria de un concilio. De modo similar actuaba Carlos el Temerario, duque de Borgoña; en cuanto a Bohemia, se asiste en estos años a un recrudecimiento de las tensiones con el Pontificado por las ya viejas cuestiones del husismo.

Siete años de pontificado se cerraban de modo inesperado con la muerte, todavía joven, de Paulo II, el 26 de julio de 1471. Era elegido para sucederle Francisco della Rovere, Sixto IV; se repetía la ya habitual capitulación previa y también el desconocimiento de su contenido, una vez convertido en Papa.

La preocupación esencial por las cuestiones políticas, ya apuntadas en el anterior pontificado, se hacen ahora la nota dominante: en muy pocos años, el Pontificado, triunfante sobre la tormenta conciliar, había alcanzado la cima del prestigio espiritual e intelectual; con gran rapidez se precipitaba ahora en el más desaforado temporalismo, con su secuela de nepotismo. El Pontificado no sería otra cosa, en realidad, que el reflejo de un colegio cardenalicio que era la triste parodia de sí mismo y de su autentica misión.

El nepotismo de Sixto IV se puso espectacularmente de manifiesto con la elevación al cardenalato de dos de sus sobrinos, Julián della Rovere, futuro Julio II y, sobre todo, la increíble promoción de Pedro Riario, pronto víctima de su vida depravada. Otro de sus sobrinos, Jerónimo Riario, se construía un dominio personal en los Estados de la Iglesia y arrastraba a su tío a la lucha general italiana.

La primacía de las preocupaciones temporalistas del Pontificado le reduce a la condición de un príncipe italiano más, inmerso, como todos, en la ininteligible política italiana, mientras la preocupación general por la dirección de la Cristiandad escapa de su horizonte.

Una parte del permanente estado de tensión en Italia es el enfrentamiento del Papado con los Médici florentinos, en el curso del cual se producirá uno de los acontecimientos más oscuros y escandalosos, la conjura de los Pazzi. Estos banqueros, favorecidos por Sixto IV, declarados enemigos de los Médici tramaron una conjura cuyo objetivo final era el asesinato de Julián y Lorenzo de Médicis, y la toma del poder en Florencia; era una maniobra en la que seguramente Sixto IV no participó, pero de la que no estuvo suficientemente apartado.

El 26 de abril de 1478 estalló el complot que logró el asesinato de Julián; el golpe de Estado, sin embargo, fracasó, y fue seguido de una sangrienta represión. Florencia y el Pontificado se hallaron en guerra, en la que Sixto IV decretó la excomunión contra Lorenzo y el entredicho contra la ciudad. Era la primera de una serie de guerras que absorben por completo las energías y los recursos pontificios.

El resultado de la actitud pontificia es el reforzamiento del control de las grandes Monarquías del momento sobre sus respectivas Iglesias nacionales: Francia, Inglaterra y Castilla-Aragón, recientemente reunidas; era la culminación de un proceso que tiene hondas raíces.

El incesante crecimiento del poder turco exige la organización de una Cruzada. Sixto IV no regateó esfuerzos diplomáticos y multiplicó las embajadas, sin hallar respuestas adecuadas; pese a ello, en 1473, una flota pontificia, junto a naves venecianas y napolitanas, realizaba operaciones en el Mediterráneo oriental, protagonizando algunos saqueos.

El gran acontecimiento lo constituiría la toma de Otranto por los turcos en agosto de 1480; la presencia turca en la península italiana disparó el temor en toda la Cristiandad. Sin embargo, la respuesta fue muy escasa, limitándose únicamente a la recuperación de la ciudad, al cabo de un año de su caída, sin aprovechar el desconcierto que supuso la muerte del sultán Mohamed II.

El pontificado de Sixto IV, en el orden artístico y cultural, alcanzó considerable altura; la Biblioteca Vaticana conoció un extraordinario desarrollo, tanto en el numero de volúmenes como en la función de desarrollo cultural. Junto a ella el Archivo Secreto reunía la documentación pontificia, bajo la dirección de Platina, que realiza una primera historia del Pontificado. También fue reabierta la Academia Romana que clausurara Paulo II, y, por primera vez, comenzó a funcionar un museo de antigüedades, en el Capitolio, que recogió muchas de las numerosísimas piezas reunidas por el Papa.

Desplegó también Sixto IV una gran actividad constructora y urbanística; sin exageración es posible afirmar que de su impulso nace la Roma renacentista. Calles, iglesias, el puente Sixto, y muy en especial la capilla que, en el palacio vaticano lleva su nombre, decorada con extraordinarios frescos. En el terreno científico hay que reseñar el primer proyecto de reforma del calendario, aunque no pudiese convertirse en realidad por el momento.